miércoles, 17 de octubre de 2012

El control es un aparato al que le apretás más fuerte los botones, cuando se quedó sin pilas.

Vivimos en una época de exposición extrema. La gente se toma un Actimel por la mañana, mientras de aumentar las defensas, sube a Facebook -vía Instagram- la cagadera que le generó el yogurcito.

Todos utilizamos Redes Sociales. Somos parte del sistema porque, si no somos parte, nos quedamos afuera. El hippie, el distinto, el que reniega de donde está parado, taparrabos y al monte.

A lo que me abocaré, precisamente, es a los sujetos cuya vida discurre en una, dos, tres... infinitas Redes Sociales. A quienes dejan su vida allí. A quienes hacen culto de una herramienta que, a veces, nos sirve para comunicarnos pero, la mayoría, nos incomunica.  Al abuso, a la exageración, al mal uso.

Y la respuesta es una sola: ANSIEDAD.

La estupidez de la gente deviene de la ansiedad, de la falta de control sobre la misma. La gente es estúpida porque no puede controlar su ansiedad. Porque nunca se tomó el tiempo para pensar en su vida. Pero, le sobra para pensar en otras vidas. Es una falencia de la cual no tiene la culpa. O sí. Tal vez, nunca les enseñaron, sus antecesores, a pensar. O si lo hicieron, y el volumen del auricular estaba tan alto que no les permitió incrustarse la perorata en la red neuronal de análisis primario. Por ende, tenemos una generación, un grupo de gente, un individuo, con falta de control de ansiedad.

Uno, un grupo, una generación; tienen dos mil quinientos ‘amigos’ en Facebook, veinte mil ‘seguidores’ en Twitter, novecientos ‘miembros’ en cada uno de sus Blogs -porque, no tienen un solo Blog, tienen dos o tres o cuatro- pero ningún abrazo real, ningún lector con el cual cambiar ideas, ningún sujeto al que le interese más lo que dice otro que lo que dice el mismo.

Además, como recurso extremo del caradurismo declaran que ‘no pierden tiempo’ siendo afiliados a tantos canales de comunicación. Lo interesante sería saber cómo hacen, tal vez por ósmosis se auto-completan los espacios. Sería interesante, repito, saber cómo hacen.

Tantos medios y la incapacidad absoluta de mantener 1 (una) (una sola) (ni siquiera dos) (una) (unita) relación REAL.

No pueden, no saben, no contestan.

¿Por qué? Porque eligen llenar sus espacios con ‘virtualidad’ y, como todos sabemos, elegir algo es dejar de lado otras cosas.

Y así van por la vida, los ansiosos. Ven un culo, lo tocan. Ven un enchufe, meten los dedos. ¿Por qué? Porque hay una manga de iguales que van haciendo lo mismo. Algunos. Otros no. Pero siempre es más fácil aprender del ejemplo fácil, el que hacen/muestran todos. Lo difícil lleva tiempo, y en estos tiempos de exposición extrema, valga la redundancia, no tenemos tiempo. Lo difícil no está en Facebook, Twitter ni un Blog.

Entonces, ¿por qué ir contra la corriente? Vamos, metamos los dedos en el enchufe y toquemos culos o metamos los dedos en el culo y toquemos enchufes. Da igual, cuando no pensamos.

Tienen miedo a no tocar un culo, a no meter los dedos en el enchufe, a no subir suficiente cantidad de fotos a Facebook, a no recolectar diez mil ‘followers’ en Twitter, a que nadie comente un post en un Blog de dudoso buen gusto y moral, a merecer el olvido que Dolina dictamina ‘tratemos de no merecer’.

¿Creen que no tienen vida si no hacen eso? No lo sé. Lo que si se es que lo hacen porque les da seguridad.
Toda la seguridad que no tienen afuera, porque afuera, el mundo, es digital, no se maneja con ceros y unos. El sistema binario lo entienden las máquinas. Las máquinas donde usan Facebook y Twitter. Las máquinas desde donde leen este Blog.

Pero insisten en que no pierden tiempo cuando, a su vez, tampoco tienen tiempo para relacionarse con los demás. Están muy ocupados escribiendo en un Word los tweets/posts que van a compartir mañana, en horario central, porque ¿a la 1 am quien te lee? Nadie. Igual que los sábados y domingos, ¿no? No te lee nadie, entonces no tenés nada que decir… !

La paradoja les calma la ansiedad. O intenta hacerlo.

Pero, la realidad es que siguen ansiosos porque, no terminan de sacar el dedo de un agujero que, se dan vuelta, ven otro agujero, lo confunden con un enchufe y meten la pata. Luego, giran para el otro lado, ven un fierro caliente y lo tocan. Y se queman. Y así andan a los golpes, sobreviviendo. Mostrando y hablando públicamente de toda la mierda que les hace largar el yogurcito que se desayunaron y que no pueden contener porque así lo dicta el sistema.

Mostrá. Mostrá tu vida de mierda.

Tienen miedo, TERROR, de pararse en medio de la calle y mirar. Mirar a los costados. Mirar lo que los rodea. Tienen miedo a la quietud. A no hacer nada por cinco minutos. A pensar. A mirarse. A mirarse, ver y reconocer todo lo que no les gusta. A aceptarse sin importar nada o nadie más.

Pero de meterse a pelotudear veinticuatro horas en una Red Social no tienen miedo.

De nuevo la paradoja. Otra vez la ansiedad.

Porque lo que no gusta, molesta y lo que molesta es mejor sacárselo de encima, es mejor endilgárselo a otro. Es mejor proyectar en otro nuestra miseria. 

Si te embarazás porque cogiste sin forro, la culpa seguramente sea de la farmacia que estaba cerrada cuando vos estabas caliente. Nunca tuya. No, claro, si reconocés que sos irresponsable tenés que mudarte al asteroide del Principito. Y ahí no tenés Facebook, Twitter, ni e-mail ajeno para evitar distraerte y hacerte cargo de tu cagada, o de elegir mal, entre tantísimas opciones, el yogurcito que desayunaste por la mañana.

Y así van, caminando por la vereda, pensando que las vidrieras los reflejan solo a ellos, no existe nadie más en el mundo. Entonces, antes de verse reflejados, se acomodan ropas, pelos, tetas y bultos; respiran hondo y se miran. Y no ven nada. Solo se ven a si mismos. No ven lo que se refleja, la ciudad, el pueblo, el árbol, la bolsa de basura, los otros que también se miran en la misma vidriera. Y siguen caminando.

Se refugian debajo del cartón del cartonero. Se silencian con música a todo volumen en sus iPod, mientras twittean en ciento cuarenta caracteres, todo lo que llevaría una vida desarrollar. Pero no hay tiempo. Es mejor no aclarar tanto, a ver si oscurecés.

Le encuentran ritmo al colectivo pero no a sus corazones. Total, en los colectivos viajan muchos, debe estar bien.

Pero, en sus corazones -vehículo viejo si los hay- viajan pocos, tal vez nadie. ¿Cómo hacer caso a lo que pocos consumen?

La Redes son eso, un control más, un control menos. Controlan lo controlable y esquivan y pasan al de al lado todo lo que no pueden controlar. Entonces, realmente, ¿qué controlan? Respiran porque no necesitan pedírselo al cerebro, porque no tiene que recordárselos un Smartphone, si no, si dependiéramos de un recordatorio, de una batería de celular.... estaríamos desaparecidos de la faz de la Tierra.

Caminan por la vereda del lado de la sombra. La del sol, la más benéfica, les da calor, los hace transpirar. Transpiran, se ensucian, no está bien visto transpirar, además, el brillo en la cara les arruina la foto de Facebook.

Y la sombra tiene buena prensa, ‘andá por la sombra que al sol te derretís, bombón’, les dicen… y se lo creen. Y van por la sombra esos que piensan que está bien ir en colectivo, y que ciento cuarenta caracteres alcanzan para relacionarse con alguien más que con uno mismo.

No importa, siguen caminando, pasan al lado de un poste de luz, hay bolsas de basura, algo brilla, parece interesante, ya que el gen humano de chatarrero, a pesar de Bill Gates y Steve Jobs, sigue vigente. Al pensar en agacharse por un segundo a ver que es, rápidamente un batallón de policías internos reprime con ímpetu e intenta controlar la situación. Un megáfono mudo dice a gritos: ‘los están mirando, compórtense roñosos’. Se asustan, miran para adelante, esquivan la vista de otras cabezas con auriculares. El ritmo cardíaco se eleva y siguen caminando.

Pero no lo escuchan. Pero van por la sombra.

Llegan a la esquina, un semáforo los detiene, se dan vuelta para ver lo que dejaron, lo que no levantaron, lo que no se animaron. Miran a los alrededores y no ven ningún megáfono, no existe. Imaginación, pura e impura. Piensan que llegarán tarde. ¿Tarde adonde? Al trabajo. Llegan tarde si vuelven atrás esos metros para revolver la basura y darle agua a esa sed eterna de curiosidad que nos determina como seres humanos. A esa ansiedad.

Mientras el amarillo pasa a verde, piensan que si estuvieran en un camino rural, al sol, y sin Facebook donde ser etiquetados revolviendo la basura ajena, tendrían todo el tiempo del mundo para revisarla y compartir con nadie más el descubrimiento. Podrían tener la oportunidad de agarrarlo y llevarlo, o dejarlo ahí. Tendrían oportunidad. Pero, los ojos que miran, les quitan oportunidades. Son incapaces de notar que uno se nutre de las miradas atentas y no de la cantidad de ojos que miran.

Otro día, pasan por aquel poste y la basura ya no está. Bajan la marcha, respiran tranquilos, tienen el control. Siguen su marcha, ahora por la vereda del sol, pero el aire se siente frío. Algo falta. Algo faltó. Darse esa oportunidad de parar la marcha y escucharse.

El control se los impuso otro, porque no pueden. Porque la ansiedad no los deja. Se los impuso el que se llevó la bolsa. Se los impone otro, otro que maneja la ansiedad un poco mejor. Te lo impongo cuando decido no ver/leer/escuchar la mierda marca La Serenísima que exponés. Te lo impongo yo, mientras vas por la vereda de la sombra, pensando que tenés aquello que no levantaste.

Eso que, otro que pudo, se llevó.